Hortaleza celebra a San Martín de Porres

Un año más —está vez a cara descubierta— el barrio de Hortaleza vio paseando por sus calles al santo de tez morena, pero de alma blanca como la nieve, San Martín de Porres.

Aunque el día comenzó frío, el sol fue moderando la temperatura dejándonos un día espléndido para celebrar nuestras fiestas patronales. A la invitación del santo patrón acudió mucha gente —la iglesia estaba abarrotada—: allí se encontraban desde los fieles más perseverantes y humildes hasta personalidades como el concejal de distrito —acompañado de otros miembros del ayuntamiento—, la vicecónsul de Perú —con su marido—, hermanos de otras hermandades hermanas y, ¡cómo no!: los  empleados de limpieza y Selur que, como cada año, portaron con generosidad, presteza y habilidad, al santo en procesión.

Pero, para que la fiesta fuera completa, tuvimos la presencia de nuestro pastor, nuestro querido Cardenal, el obispo D. Carlos Osoro que presidió la celebración eucarística y acompañó al santo por las calles del barrio. 

El templo estaba hermosamente ataviado para celebrar tan gran acontecimiento y el respeto de los participantes estuvo acorde a la importancia de la celebración. Con el Cardenal, concelebraron nuestro párroco Jorge Pablo, Pedro Sepúlveda —vicario parroquial— y Michele Taba —antiguo vicario parroquial—.

La alegría, expresada en bellas oraciones y cantos, estuvo presente durante toda la liturgia.

Seguidamente sacamos al santo por las calles acompañado de nuestros cantos y oraciones que llamaban la atención de los vecinos que nos observaban desde sus casas, paseaban por las calles o degustaban plácidamente de una bebida, sentados en las terrazas del barrio.

En definitiva, los vecinos fueron testigos de nuevo, de que allí, en medio de lo que queda de la famosa U.V.A. de Hortaleza se encuentra un lugar que «a tiempo y a destiempo» les anuncia la existencia de una nueva forma de vivir, de la que nuestro patrón —el mulato de Lima— fue testigo.

Como es habitual, terminamos degustando una paella de confraternización en la plaza de la Iglesia, donde compartimos no solo un riquísimo arroz, sino el amor que nos ha enseñado Cristo y que nos recuerda cada día, aquel pequeño fraile dominico, «donado», que estaba disponible en cualquier momento para todo aquel que lo reclamaba.¡Viva san Martín de Porres!