Porres en Santiago
A finales de los 70, el padre Elías Valiña, párroco de O Cebreiro, fue pillado por la Guardia Civil en los Pirineos pintando unas flechas amarillas. Le preguntaron qué hacía, y él respondió: «estoy preparando una gran invasión desde Francia».
Este párroco fue llenando de flechas amarillas todo el norte de España, recuperando el olvidado Camino de Santiago.
Después de la muerte de Jesús, los apóstoles comenzaron la evangelización por todo el mundo. Muchos fueron sus destinos. Santiago el mayor fue enviado a Hispania, en aquel tiempo parte del Imperio Romano. En Hispania encontró muchas dificultades. La Virgen María se le apareció, mientras aún vivía, en Zaragoza, para alentarle. En el año 42, volvió a Jerusalén y allí fue decapitado por predicar el evangelio. Fue el primer apóstol en dar la vida por Jesucristo.
Después de su muerte, sus restos fueron llevados a Galaecia, Hispania, y allí fue enterrado. Varios siglos más tarde, cuando hallaron su tumba con su cuerpo decapitado, la noticia se fue corriendo por Europa y los cristianos de todo el mundo comenzaron a acudir allí en peregrinación.
En los últimos tres siglos, debido a cuestiones políticas, los peregrinos fueron dejando de acudir. El Papa Juan Pablo II y las autoridades gallegas comenzaron, a finales del siglo pasado, a promocionar de nuevo el Camino y fue así como volvió a resurgir la antigua tradición de peregrinar a la tumba de este querido apóstol.
Los jóvenes de San Martín de Porres, esta pobre parroquia de la UVA de Hortaleza, en la zona norte de Madrid, desde el año pasado, hemos querido comenzar esta tradición, la de peregrinar a las tumbas de los santos.
Este es el segundo año, nos atrevimos a ir más, 54 personas. Llegamos a Lugo el 2 de agosto, allí nos alojamos en un hotel.
El 3 comenzamos a caminar desde Sarria hacia Santiago de Compostela, en seis etapas.
Nada más comenzar, nos esperaba una larga escalera y luego otra larga cuesta, como para ponernos en forma. Así transcurrieron los días, entre cuestas de subidas y bajadas, grandes sombras y algunos descampados, con cansancios y dolores, hambre, sed… Pero con una alegría indescriptible.
Todos los días en oración: laudes, rosario, misa, catequesis sobre la familiaris consortio, reseñas sobre los santos, largos silencios, experiencias, misión, testimonios, cantos… A través de ellos, era Cristo el que nos animaba, el que cargaba con nuestros dolores, con nuestras crisis, con nuestra cruz.
Las monjitas carmelitas de Lugo nos recibieron, nos contaron sus experiencias y hasta nos hicieron unos cantos preciosos, increíble la alegría de unas mujeres que viven dentro de un convento, sin familia, sin internet, ¡¡¡sin instagram!!!. ¿Cómo pueden ser tan felices?
A mediodía la comida y una breve siesta nos aliviaban el camino, ahí experimentábamos la comunión, el amor entre los hermanos en Cristo, entre risas y cantos.
¿Qué más decir? Podéis ver las fotos, ellas hablan por sí solas.
Ahora a vivir el resto del verano, ojalá en el mismo espíritu que estos días.