Sí, es cierto, ¡Cristo ha resucitado!
Anoche celebramos la Vigilia Pascual, que nos une al acontecimiento más importante de la historia: el Misterio Pascual, la muerte y resurrección de Cristo.
Hemos podido contemplarlo en nuestras vidas, cómo Dios nos ha sacado tantas veces de la esclavitud del pecado y nos ha llevado, con infinito amor, a la libertad, a la vida.
Hubo muchos testimonios (ecos), de la resurrección del Señor, sobre todo de los jóvenes, y también de algunos niños, que ya empiezan a descubrir a Dios.
Este acontecimiento tan importante no puede permanecer oculto, por eso, a partir del domingo que viene, saldremos a anunciarlo.
Toda la parroquia de San Martín de Porres, en la plaza del Metro de Hortaleza, después de la misa de 12:00 h (a las 13:00 h) dará testimonio de la resurrección de Cristo en público, delante de todo el barrio.
¿Qué vamos a anunciar?
Os copio una homilía pascual de Melitón de Sardes, un padre de la Iglesia primitiva, que explica este misterio.
Melitón de Sardes, Homilía sobre la Pascua (2-7. 100-103: SC 123, 60-64. 120-122)
Alabanza de Cristo
Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.
Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos.
La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como cordero, resucitó como Dios.
Porque él fue como cordero llevado al matadero, y sin embargo no era un cordero; y como oveja enmudecía, y sin embargo no era una oveja: en efecto, ha pasado la figura y ha llegado la realidad: en lugar de un cordero tenemos a Dios, en lugar de una oveja tenemos un hombre, y en el hombre, Cristo, que lo contiene todo.
El sacrificio del cordero, el rito de la Pascua y la letra de la ley tenían por objetivo final a Cristo Jesús, por quien todo acontecía en la ley antigua y, con razón aún mayor, en la nueva economía.
La ley se convirtió en la Palabra y de antigua se ha hecho nueva (ambas salieron de Sión y de Jerusalén). El mandamiento se transformó en gracia y la figura en realidad; el cordero vino a ser el Hijo; la oveja, hombre y el hombre, Dios.
El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza de hombre: sufrió por el que sufría, fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar del culpable, sepultado por el que yacía en el sepulcro. Y, resucitando de entre los muertos, exclamó con voz potente: «¿Quién tiene algo contra mí?¡Que se me acerque! Yo soy quien he librado al condenado, yo quien he vivificado al muerto, yo quien hice salir de la tumba al que ya estaba sepultado. ¿Quién peleará contra mí? Yo soy —dice— Cristo; el que venció la muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó al hombre hasta lo más alto de los cielos; yo, en efecto, que soy Cristo.
Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder de mi diestra».